martes, 30 de diciembre de 2014

Hay niños que juegan a ser invisibles.

Mientras muchos niños juegan entre risas y sueños, otros juegan en silencio, escondidos, con temor, y con un único objetivo: ser invisibles. ¿Por qué?

El maltrato infantil existe en muchos más hogares de los que quisiéramos aceptar, y lo que sucede detrás de esas puertas marca a las generaciones con cicatrices a veces también invisibles, que marcan la vida de muchos jóvenes.

 
Los fenómenos de violencia e inseguridad forman parte de la realidad social no sólo de nuestro país sino de vastas regiones del mundo. No es casual, por ello, que desde hace varios años el Panorama Social que publica la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), habitualmente dedicado a temas de empleo, condiciones de vida, educación, salud o vivienda, haya comenzado a incluir un capítulo sobre seguridad ciudadana y violencia. Según este informe, la violencia contra los niños está creciendo y se estima que alrededor de 6 millones de niños, niñas y adolescentes menores de 18 años de edad en América Latina son objeto de malos tratos y que 80.000 mueren cada año como resultado de los daños causados por sus familiares u otros. La violencia en el interior de la familia es uno de los problemas más graves que padece nuestra sociedad y el maltrato a la infancia es, quizás, la expresión más elocuente de la ruptura de los vínculos de responsabilidad entre las generaciones. El maltrato y el abuso constituyen una vulneración de los derechos de la niñez. Aunque ocurran en el hogar, no constituyen un hecho privado porque todo lo que concierne al desarrollo integral de un niño es un asunto de interés público. Cuando un niño crece en un ambiente de violencia o abuso se vulnera su identidad, se afecta su potencialidad de aprendizaje y de integración con su ambiente y se compromete su capacidad de definir un proyecto de vida.

 
 En contextos de este tipo, la escuela debe convertirse en un espacio de reparación. Dicha reparación puede ser encarada desde diferentes perspectivas. Por un lado, desde la movilización de un gran número de procesos y mecanismos de defensa: la calidez afectiva, el apuntalamiento de la autoestima, la integración grupal, la idealización y el fortalecimiento de la capacidad de imaginar un futuro mejor. Por el otro, utilizando los propios procesos de enseñanza y aprendizaje. El trabajo intelectual, la capacidad de narrativa, la expresión artística o deportiva, el éxito en el proceso escolar, son también factores que permiten fortalecer las capacidades para superar las secuelas del maltrato. La escuela debe estar preparada para actuar, consciente de sus posibilidades y limitaciones. Sabemos que en determinadas ocasiones, si se actúa sin la formación, el cuidado o la discreción necesaria, es posible intensificar el daño. El trabajo en equipo y la intervención interinstitucional son modalidades muy necesarias para actuar frente a este tipo de situaciones.

Por ello considero que todo docente debería de estar formado sobre este tema. Para los que les interese el tema y quieran formarse, os recomiendo la publicación de “Maltrato infantil: orientaciones para actuar desde la escuela” que la podeis encontrar en pdf. Esta iniciativa se enmarca en una política pública comprometida en garantizar que en la escuela todos los niños sean respetados, puedan expresarse, conozcan y vivan sus derechos. En la escuela, siempre, su voz debe ser tenida en cuenta, su palabra merece ser creída y su sufrimiento debe ser evitado.

1 comentario:

  1. No puedo estar más de acuerdo contigo. Te anoto también esta entrada.

    ResponderEliminar